miércoles, 21 de diciembre de 2011
lunes, 19 de diciembre de 2011
domingo, 18 de diciembre de 2011
viernes, 16 de diciembre de 2011
En el trabajo
Es indudable que el olor a melón viene de ese programa de seminario sobre teoría sintáctica simplificada. Gracias, profesor, por el toque subtropical
Es indudable que el olor a melón viene de ese programa de seminario sobre teoría sintáctica simplificada. Gracias, profesor, por el toque subtropical
jueves, 15 de diciembre de 2011
jueves, 8 de diciembre de 2011
lunes, 21 de noviembre de 2011
del diccionario de Anita Leporina
miércoles, 9 de noviembre de 2011
viernes, 4 de noviembre de 2011
El día que metí un gol
viernes, 28 de octubre de 2011
son las 4 am en Asuncion
miércoles, 12 de octubre de 2011
Del album de figuritas de mi corazón
miércoles, 28 de septiembre de 2011
martes, 27 de septiembre de 2011
Martes en el mercado de pulgas
martes, 20 de septiembre de 2011
domingo, 11 de septiembre de 2011
Sorry! (García girl en glamoroso eslalon por la vida)
Hace unos días choqué. Di marcha atrás y pum! En el espejo retrovisor me pareció ver el ceño del conductor perjudicado: cejas rectas sobre ojos-redondel, clásico semblante de los maltratadores de animales, o de los vecinos que nunca devuelven la pelota si cae en su patio, incluso de los terroristas a veces asesinos.
Se bajó del auto: era una chica joven, que del asiento del acompañante sacó dos muletas probablemente plegables y caminó hasta mi puerta con mucha dificultad. Los brazos y las piernas tenían una forma extraña, quebrada en lugares donde no hay articulaciones, como una langosta a medio aplastar cuando retirás el zapato y sigue viva.
No, no era nazi. Arrollé a una minusválida.
Después de buscar las cosas en la guantera salí del auto. De inmediato le pedí disculpas. A pesar de que era horario pico, no había mucha gente en la calle. A excepción del chico que limpia los vidrios en esa esquina, los pocos que pasaban siguieron caminando indiferentes.
La (me parece que esta no es la palabra, ayúdenme por favor suplantándola en sus cabezas por la adecuada) malnacida estaba muy nerviosa. Aunque llegué a palmearle los hombros en mi intento por tranquilizarla, siguió llorando con desconsuelo y con la respiración entrecortada. Que el limpiavidrios se acercara me dio pie a rodear el auto para ver lo que había dejado el choque.
En mi auto apenas unos rayones, por ahí la óptica desacomodada en una leve declinación (como el ojo derecho de ella: mirando siempre hacia abajo), pero el otro coche sí acusaba las marcas del impacto. Una abolladura en forma de huevo sobre el guardabarros y el vidrio de un foco totalmente destrozado.
Estallaron los gritos: pelea entre la chica y el limpiavidrios. Ella quería traer a la policía y obligarlo a declarar como testigo. Él le respondía que si llamaba a los ratis la iba a matar. Por la tonada me di cuenta de que era paraguayo o boliviano.
Lo que estaba pasando me daba un poco de vergüenza. Casi al borde de un ataque cardíaco ella se dejaba caer sobre el baúl de su auto con los brazos en cruz; los dientes me dolieron por el chirrido metálico de las muletas contra la chapa. Con los ojos achinados abiertos, tanto que sobresalía la blancura, el boliviano se desesperaba tartamudeando unos insultos en guaraní.
De un solo movimiento repentino la mujer se puso boca abajo sobre el baúl y entonces el chico se irritó aun más: como en un espasmo torcía la columna mientras caminaba en círculos. Enseguida entendí que estaba paqueado.
Para esquivar el baile frenético volví a rodear el vehículo. Del lado opuesto me estiré hasta tocar a la mujer. Qué difícil abrirle el puño para dejar el papelito con mis datos. De la cartera saqué un billete de mediana denominación. Con la técnica que me enseñó Anita Leporina (doblándole la punta hacia adentro para que haga contrapeso)armé un avioncito y se lo tiré al limpiavidrios. Aunque el billete le impactara en la mejilla no dejó de bailar su carnavalito de maldiciones. Subí al auto. Al fin y al cabo era solo un rasguño.
Por la emoción del choque el embrague se me trabó. Creí que el auto se apagaría tras el último corcoveo pero el motor logró salir del paso. Pienso que detrás de los vidrios polarizados de la cerrajería un hombre gordo me miraba, seguro pensando que es un peligro que una chica maneje así en la ciudad.
Antes de tomar por la diagonal miré hacia atrás, esta vez girando el cuello tras el apoyacabezas: con una copia del comprobante de pago de mi seguro ella se secaba las lágrimas. Más atrás, el boliviano se alejaba rumbo a la otra esquina: apostaría que en los bolsillos una de las manos acariciaba el billete-avioncito. Qué suerte que se pudo solucionar todo. Los rayones ni se notan y la óptica trasera es cuestión de saber cómo acomodarla.
viernes, 26 de agosto de 2011
Por qué no soy como Scarlett Johansson? (Orsi al teclado)
1. La injusticia de la naturaleza. No quiero que nadie venga a defender a la señora naturaleza en sus muchas variantes reino animal, vegetal o fungi. Me parece bastante forro de su parte a unos dar tanto y a otros tan poco, como por ejemplo a:
2. porque dios no existe y reina el caos.
miércoles, 17 de agosto de 2011
motivadas
Segundo, el jueves nos vemos en la Cancha de La Lora para entrenar (3 y 44).
Un beso y nos vemos.
P.
lunes, 15 de agosto de 2011
secuencia narrativa
domingo, 7 de agosto de 2011
Llamado a la solidaridad
sábado, 23 de julio de 2011
Lepóridos y descamisados
jueves, 21 de julio de 2011
Desde el Infierno (García de vacaciones)
Ayer a la tarde llegué a Córdoba. Es un lugar que tiene unas montañas y un río con vacas o caballos, no sé bien.
No hay internet. Así que me tienen aquí unplugged.
Uno de los gauchos que nos renta el bungalow se fue a un pub-almacén donde se juntan a tomar unos drinks.
La cocina es a gas, onda costumbrismo del 90, me encanta. Estoy buscando el wok pero no lo veo.
Lo que más me gusta es que está lleno de naturaleza: pasto, árboles, aire, el sol, nubes. Me sorprende que a pesar de la sequía las plantas crezcan tan fuertes y verdes. A unos metros de la casa cuesta bajo corre un arroyito por donde se va la caca de los pobladores.
Más allá del jardín del bongalow hay como un duplex de chapas donde vive una familia pobre con palos y perros, ultrapintoresco. Son un montón de hermanitos. Alex, el más menudo, es mi favorito. Se encarga de meterse en el tiraje del hogar a leña para remover el hollín. Hoy a la mañana se pintó con carbón una carita en un globo que le sale del cuello. Una risa! A diferencia del resto de la familia él sí es amable. Casi lo invitamos a almorzar con nosotros.
Tengo que volver pronto a la casa. Les dejo unos besis a todis, cuentenme qué están haciendo ustedes.martes, 12 de julio de 2011
un poco de identidad
Sábado a la mañana. Me despierto feliz: el diariero ha dejado la última novedad editorial de Vox. Bajo las escaleras corriendo para hacerme del librito. Mis padres están leyendo el diario en la cocina mientras desayunan.
-Piercings, tatuajes, cresta; lo normal... algo que te dé un poco de identidad, hija. Lesbianismo, no sé...
miércoles, 6 de julio de 2011
un símil cotidiano
jueves, 23 de junio de 2011
caridad inc.
lunes, 20 de junio de 2011
sábado, 11 de junio de 2011
Algunas notas de color de nuestra personalidad
miércoles, 8 de junio de 2011
Kolinos mata Kollontai
viernes, 3 de junio de 2011
La vida amorosa
domingo, 29 de mayo de 2011
miércoles, 20 de abril de 2011
martes, 19 de abril de 2011
Graduación
jueves, 14 de abril de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
Intimidades, inquisición
Yo le respondí: "No sé, estoy terminando la carrera, me colgué; tal vez porque sólo necesito tomarme un recreo, o por ahí se agotó la materia narrativa que puedan darme los personajes como voces, a nivel ideológico casi se podría decir..."
-Claro, claro -me dijo él mientras se abanicaba con unos bonos de la obra social, y después me preguntó la razón por la cual yo no había vuelto a verlo (que era lo que temía que pasara).
Yo estaba en la sala de espera buscando un minuto libre de la secretaria para sacar turno con mi nuevo ginecólogo. Eso generaba toda una situación incómoda que quería evitar porque no sé cómo se maneja esto del "cambio de contratación de servicios", digamos. A veces tengo que ir al supermercado de los chinos que queda en la cuadra siguiente al almacén donde compro siempre y con cuyo dueño hablo amistosamente del clima o de Fabián Rinaudo. Yo siempre le compro al almacén pero, cuando quiero uva moscatel, no hay tutía, la de los chinos no falla, tengo que ir al supermercado. Pero qué le voy a andar explicando al almacenero tan querible por qué en esa oportunidad no le compro a él (¿será el hollejo de sus uvas lo suficientemente grueso como para que el señor alcance a deglutir una autocrítica?). Me he visto obligada a dar la vuelta manzana y cuatriplicar el recorrido con tal de no enfrentar (que me vea pasar por la vereda de enfrente cargando la bolsa estampada con el dragón rojo sólo fermentaría el bochorno) la situación. He llegado a camuflar más de un vívere entre el ciprés podadito del jardín delantero de una vecina para recién después entrar al almacén, porque no, no da caer al negocio con la bolsa del delito, oriental traición. No sé cómo resuelven esto ustedes en sus barrios...
Y la verdad es que me dio la misma vergüenza cuando el Dr. Humbert me hizo esa pregunta, y creo que hasta un poco de pena también cuando comprobé la inmaculada prolijidad de su blanco uniforme, era como verlo fregando el guardapolvo en esas tablas de madera con el pan de jabón, arruinándose las manos ¿para qué? ¿para que yo lo traicione y sin aviso cambie de profesional? Quizá la causa de que nuestra relación médico-paciente no haya florecido tenga que ver con la falta de tiempo para desarrollar un vínculo de confianza sólido, mediante el cual el diálogo clínico podría arrojar más luz sobre potenciales diagnosis. Que hubiese intentado abusar de mí ("attempted to molest me" sería una acusación más exacta) también debe haber influido.
Por suerte él fue el que dio pie para cortar la charla:
-¿Por qué no probar con una propuesta más realista y al mismo tiempo introspectiva? Volver a la tradición del diario íntimo... ¿Has leído a Mouriauge? -concluyó la pregunta dibujando con el índice sobre mis pechos un signo de interrogación que remató con la presión de la yema de su dedo en mi pezón izquierdo, como puntuando el signo o apretando un botón.
Encontré ambas cosas de pésimo gusto:
-Mouriauge es un producto de la ficción basura. El pacto de lectura más rudimentario que se puede proponer, el de la reality-TV.
Como si hubiera previsto mi pueril arrebato de indignación estética, el Dr. Humbert extrajo una muestra gratis de anticonceptivos del bolsillo de su guardapolvo. La punta ensangrentada de un guante de látex se asomó y, después de agarrar la cajita, hice como que metía rápido la cabeza en una nota periodística sobre la enfermedad terminal del caballo de polo de un nieto de Mirtha Legrand.
Con el rabillo del ojo lo vi desaparecer tras una puerta vaivén de acceso restringido.
En la revista, que seguí leyendo hasta que la secretaria se desocupó y me tomó el pedido de turno, también había un artículo sobre un autor de teatro de revista y varieté que hace mucho que no produce nada. "Mi nueva novia me está ayudando a superar el síndrome de la página en blanco" era el título proyectado sobre la foto a dos páginas de él en un jacuzzi junto a una chica muy linda y joven. Entonces se me ocurrió que es eso lo que tengo yo: el síndrome de la página en blanco.
Mientras salía de la clínica con la cabeza gacha procurando no pisar la línea que separaba cada uno de los pálidos azulejos, escuché como un susurro: Conchita, conchita mía.
No me atreví a levantar la cabeza.
Después no pasó nada más. Simplemente quise continuar el texto para que no termine en esa frase, que es como Mouriauge lo hubiese terminado.
viernes, 28 de enero de 2011
Este blog lamenta despedir a
miércoles, 26 de enero de 2011
Clarividencia
Medio sorda, mi abuela sabe que es más fácil entender si lee los labios
(También sabe que es más fácil mentir a oscuras)
***
Con tan escueta entrada reinauguramos este espacio y los invitamos a leer un post de diciembre, recién visible ahora. (Sí, colgué. Banquen):
lunes, 24 de enero de 2011
La muerte de Passepartout
En primavera se volvió loco. Tenía dos años. Cuando me acercaba a la jaula lo veía correr de acá para allá frenético. Tal vez para llamar mi atención. Una vez se detuvo de golpe. Me miró fijo, despacio se llevó la cola a las manitos. Abrió la boca sin dejar de mirarme. De golpe se mordió su propia colita, los incisivos hundidos en esa víbora rosa.
Después empezó con lo de morderse y arrancarse la piel. Primero una lastimadura, después otra y otra. Minaya diagnosticó: "No pueden ser alergias ni hongos. Sarna".
Dejé de ofrecerle la mano para que se subiera a mis hombros. Tenía casi dos años. Haciéndolo pender de la cola le unté una crema con corticoides en las pústulas pero fue peor: cada vez se rascaba más fuerte y se arrancaba pedazos de piel más grandes.
-En la facultad vemos caballo, perro y gato. Nada de roedores -el veterinario dijo que no sabía qué tenía.